'Don't stop y otros relatos'

Novetat editorial: primera col·lecció de contes d'Eduardo J. Solo, que es nodreixen de ciència ficció, realitat fantàstica i literatura transpersonal

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Portada del llibre 'Don't stop y otros relatos'
Portada del llibre 'Don't stop y otros relatos' | Cedida

Don't Stop y otros relatos és la primera col·lecció de contes d'Eduardo J. Solo. Amb aquesta breu obra s'inicia el subgènere que han denominat com a Consciència ficció, el qual es nodreix de ciència ficció, realitat fantàstica i literatura transpersonal. La proposta de l'autor ha comptat amb la complicitat de l'editorial HakaBooks especialitzada en creixement personal, perquè el contingut aprofundeix en la transformació dels personatges a partir de l'obertura de la consciència. Us avancem part del relat que dona títol al llibre, on un empresari arruïnat imagina un futur d'èxit mentre repassa comptes pendents i assumptes sense resoldre. Els contes tenen la versió d'àudiollibre accedint amb codi QR.

DON'T STOP

El semáforo se puso en verde, pero no arrancó de inmediato. Oyó el claxon del vehículo de atrás, y eso lo despertó del ensimismamiento. Con la parsimonia de quien disfruta demorándose, decidió ignorar la advertencia y se limitó a alzar la vista hacia el retrovisor. Distinguió a una mujer atractiva que gesticulaba exageradamente desde su Mini BMW, exigiéndole, indignada, que arrancara ya de una vez. Con saña, levantó el dedo corazón y se lo mostró, convencido de que con esa peineta tomaba el control de la situación y, de paso, la ofendía. Solía extraer cierto placer de la ofensa ajena, y a menudo también algún rédito. Ahora le sirvió para sacudirse la desagradable sensación que le había sobrevenido al recibir el último mensaje de texto. Sin perder la calma, respondió, seco y conciso: «Ok, allí estaré».

Embragó y puso primera, dilató unos segundos su desafío contra la cola de automóviles que se había formado detrás, sintiéndose como el tapón de un tanque lleno de agua a presión a punto de estallar, y antes de reiniciar la marcha se deleitó con la orquesta de bocinazos gritones. «Losers... —susurró resoplando dentro de su burbuja—. Os tengo a mis pies.» Se tomó su tiempo para seleccionar la app ybuscar entre sus playlists favoritas, y finalmente optó por la de Don’t stop, subiendo el volumen hasta aislarse del exterior. Sólo entonces aceleró, manteniendo el pie en el embrague y apretando a fondo para que las ruedas gimieran al quemarse sobre el asfalto. Entonces lo soltó de golpe y salió culeando a todo gas, poniendo segunda y enseguida tercera, y ya estaba superando el caos de la Plaza de las Glorias, y ya aparecían los carteles que indicaban las distintas salidas de la ciudad. Consultó, una vez más, la pantalla de su Iphone por si había alguna novedad y, al acercarse demasiado al arcén, la banda sonora se quejó vibrando advertencias. Rectificó la dirección con un volantazo y, al enderezar el coche en el carril, se preguntó adónde iba exactamente. Sigue, se dijo, ahora no pares.

Pronto cogió velocidad de crucero por el carril izquierdo, superando uno por uno a los demás automóviles, y sólo entonces pudo relajarse al volante. Repasó la secuencia de acciones que debía ejecutar para terminar la mudanza lo antes posible: los muebles que todavía tenía que trasladar, la ropa que debía guardar, y los electrodomésticos, el equipo de sonido y la televisión que tenía que empaquetar. El paso siguiente sería almacenar todas sus cosas en algún trastero de alquiler. Revisó mentalmente los detalles administrativos pendientes: esa burocracia pesada y fría de la disolución, ese papeleo de números y códigos y referencias para finiquitar lo antes posible esta incómoda situación, olvidarla y dejar de sentir la presión en las sienes, en los bolsillos y en el acelerador.

Notó un sudor frío al evocar las cuadrículas del Excel de su gestor, llenas de números rojos y palpitaciones cardíacas que marcaban el ritmo de las deudas, y sintió la pesada carga de cumplir con las reglas. Siguió dejando coches atrás, superando la máxima velocidad permitida, y se puso a recitar ese mantra que se repetía en los momentos de dificultad y que le servía para seguir huyendo del vacío, del silencio, de la inquietud: «Mejor con problemas que sin, mejor con enemigos que sin, mejor con dinero que sin, mejor con recuerdos que sin...». Por un momento, recuperó esa sensación de una existencia privilegiada, de una vida llena de eventos, de relaciones, de gente interesante, incluido algún hijoputa que daba salsa al guiso: una vida llena de contenido y de experiencias, aunque fueran adversas.

Esa ráfaga de intensidad lo reconfortó. Suspiró aliviado y siguió organizándose mentalmente: se daba tres días para cerrar las gestiones y empezar a buscar la siguiente oportunidad, otra ventana que le alumbrara de nuevo el camino a la cima. Recuperar lo que había conseguido con tanto esfuerzo, lo que había alcanzado sin ayuda de nadie ni de nada más que de su talento y habilidad para relacionarse con la gente adecuada.

El caos era momentáneo, se dijo otra vez, coyuntural, había causas que no podía controlar, impagos, deslealtades, la incompetencia de unos y otros. Le vino a la memoria el gesto contrito del director de su oficina bancaria al negarle el último anticipo, con la mirada clavada en el suelo: «No puedo hacer nada más por ti, has tocado fondo»; la decisión de su socia de vender información confidencial a la competencia directa con tal de cubrir su propio culo: «Lo siento, de verdad, no he tenido otra opción»... Y luego estaban las causas que sí habría podido controlar, pero que con tanto ajetreo se le habían ido de las manos antes de poder reaccionar.

Resiliencia, eso era lo que supuraba su currículum, capacidad de soportar la presión hasta cuotas de infarto. Volvió a sentir el sudor en los pies y en las manos al evocar las consecuencias de aquellas causas: la suspensión de pagos, las deudas, la cancelación de las pólizas, los embargos, los gritos, las llamadas no contestadas, frames de una caída hasta lo más hondo que ahora visualizaba como una transición hacia un nuevo paradigma personal de éxito. De eso estaba seguro, se volvería a levantar más fuerte todavía.

Puso sexta y dio gas: ciento cuarenta, ciento cincuenta, ciento setenta... «Fracaso es rendirse —se repitió—, y yo no me rindo.» A cien metros del radar, redujo de sexta a tercera: en siete segundos, la aguja del velocímetro pasó de 180 a 120 km/h, justo a tiempo para que no se disparara el flash, mientras se oía el rugido de las excesivas revoluciones por minuto.

[...]

Biografia

Eduardo J. Solo neix ja madur per escriure la seva primera col·lecció de contes. A les anteriors vides i quan tenia altres noms es va llicenciar en Història, va fer de cuiner, va composar música i va dirigir documentals de baix pressupost i alt compromís. Va ser productor audiovisual durant més d'una dècada (tenia la seu a Gràcia, concretament al carrer La Perla). Ha aconseguit redirigir la seva existència gràcies al shamanisme, l'espiritualitat esotèrica i les teràpies transpersonals. Actualment exerceix d'acompanyant de processos de canvi personal i amplitud de la consciència, així com d'escriptor de les seves visions i experiències.

L'escriptor Eduardo J. Solo